lunes, 16 de octubre de 2017

Maria Amelia Diaz


FLOR NEGRA
Una flor clava su estigma en mi carne,
abre sus pétalos sobre el corazón y lo desangra,
hasta volverse púrpura,
como un vampiro insaciable echa raíces,
hiende, chupa y sobrevive en mis arterias.
Ahora le crecieron espinas que se cruzan y conspiran
[ávidas de túneles,
llegan a los abismos del amor,
un remolino perdido que se transmuta a puro puñal.
Es el momento del recuento:
Jugué mi corazón y la intemperie me lo devuelve roto,
extranjero en manos impiadosas que escarbaron sin
[tregua;
voy a guardar mi derrota donde se ahoga el sueño.
He triunfado otra vez sobre la tierra prometida,
sobre el paraíso donde me obligan a entregar la manzana.
Cambié resplandor por luz,
vértigo por herida,
y muerte por locura.
Para erguirme cerré el fondo del alma,
mi reino inmóvil donde a veces asomo:
allí la flor no llega.
(de “La dama de noche y otras sombras”)


FUSILAMIENTO DE ELLA
A esa hay que matarla,
la traidora,
que se pasa la vida soñando a destajo,
lluvia que horada la roca gota a gota,
la traidora,
y me convierte en limo envejecido entre pantanos
donde la pasión atrapa los pies de la locura.
Hay que matarla,
de frente al paredón,
fusilarla con descargas de cordura
a esa,
la traidora,
que olvida la memoria y su vértigo de torre,
su vértigo de torre sola sobre el basamento de mis huesos.
A esa,
a esa hay que matarla,
antes que hurgue de nuevo entre las flores del jardín,
antes que atente contra mi nuevo paraíso
construido con piedras y hierros retorcidos
que dejó el último incendio de sus manos.
Hay que matarla,
matarla y colocar su cabeza en una pica,
entre redobles de corazón, para escarmiento.
Hay niebla ¿adónde volarán los pájaros?
(de “La dama de noche y otras sombras”)


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