domingo, 17 de julio de 2016

Emilia Marcano Quijada.


AGUAS PROFUNDAS


Las regatas son un espectáculo
que nadie debería ignorar,
los programas deportivos las mencionan,
las estrellas de mar se aglomeran,
los atletas van al agua
con un parche de intelectualidad sujeto
a las espaldas definidas y el abdomen prominente;
los remos
unidos a muchos pares de brazos
inician un sincrónico baile,
atrás, adelante, atrás,
mientras el chapoteo del río
refleja el vuelo rasante
de algunas aves curiosas.

Llegué al limite de esta latitud
en contra de todas las corrientes,
a punta de aluminio y agujas,
mis carnes y mis manos arrugadas
me llevaron muy lejos
y me inscribí en una carrera
empeñada en no ver
los rostros reventándose de risa,
porque lo que me trajo aquí
fue un sueño,
un taller de poesía por correo electrónico
que fue a parar al Eufrates,
al Sena, al Guaire
donde mueren los poetas virtuales
por fantásticos,
por intrascendentes,
por años perdidos
y estructura imperfecta,
arrastrada por la confusión,
por las algas y las ondas,
porque así fue concebida desde
que me encontró en la marea.

Las regatas son una exhibición de poder,
un desfile de brazos hermosos, pechos duros,
miembros erguidos,
puntos cardinales que flotan sin problemas,
cosa que jamás tuve porque me fui a pique
mucho antes del diluvio universal,
junto a un saco de versos sin estética,
hojas ni flores
que puedan sobrevivir
en aguas tan profundas.

 
ELEGÍA A MÍ MISMA


Demasiada claridad se asoma
por la ventana,
demasiado calor,
cientos de botones, ojales,
cerrojos y callejones que jamás fueron
el legítimo color de la muerte.
Me aproximo a la historia que no está,
miro el corredor que lleva al patio,
corre un cauce de lava
sobre la cubierta del libro
que tanto leía,
doblo una hoja blanca que se quiebra,
suena el llanto quedo de mis ramas.
Demasiadas nubes pesan al cielo,
demasiada piedra.
Muy poco pudimos llevar como equipaje,
pocos dientes,
sueños, insomnios y memorias.
Sobre mí, una sombra,
sobre el escritorio de caoba, la pluma fuente,
sobre la mesa de la sala, unos labios agrietados,
sobre un barril sin fondo,
mi vida y la tuya.
La carne que nos cubre,
esa que hoy se repliega, destruida,
arrastra un lastre de versos
que no me dejan sola,
una realidad que oprime,
un aullido en calma, un cero
sin sentido,
una vida que se esconde.
Hay pestes que nos corren por las venas,
hay silencios que mucho nos dicen,
hay amores que nada nos quieren.

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