sábado, 20 de febrero de 2016

Lorena Brito

                                          
                                                  Pintora Carolyn Hutchings

Composición. Tema: La vaca.

Él despertaba a las cuatro. Vestía su ropa de fajina, tomaba el café negro, una ginebrita, y se iba al campo con paso tosco y seguro.
Volvía a las dos horas y media a desayunar bien, para luego continuar la jornada casi sin descanso, interrumpida sólo por unos mates y algo que morder cuando picara el hambre.
En un tiempo lo había admirado por tesonero y su afán trabajador. Eso la enamoró, junto con aquellos ojos grandes y oscuros, y esas manos recias que levantaban cualquier peso sin esfuerzo a simple vista, cual papel barrilete. Durante el día lo añoraba, y esperaba con la cena lista para contemplar su porte rudo y apuesto a la luz del farol.
La casa era amplia y fría, aislada en medio de grandes sembradíos con unos pocos animales y una pequeña huerta que también ella cuidaba.
Lo despedía mientras juntaba tazas y platos. Luego de dejar todo en estricto orden, ensillaba al caballo que la llevaba hasta la escuela donde daba clase.
Ya no lo extrañaba. De hecho, todo su amor se había convertido en odio y resentimiento desde el día en que una injusta paliza con olor a vino le hizo perder al niño. Había ansiado mucho esas risas infantiles que todo lo impregnan de alegría y perfumados juegos. Pero un golpe fue certero. Uno solo bastó para robarle por siempre la ilusión de ser madre.
Jamás se habló del tema. El silencio se hizo eterno y pesado.
Camino a la escuela rumiaba su odio y desesperación. Al llegar, en lugar de iluminarse con esas tiernas miradas, oscurecía a tal punto que el gélido silencio hogareño se mudaba al aula. Todo era planificado, exactamente calculado, y no había tornado o fiesta que la desviara de lo que ella consideraba su deber.
Los niños no se atrevían a respirar fuerte. Ninguno era suyo, por eso los aborrecía. Cualquier cuenta mal hecha o palote torcido desataba su malhumor.
Cierto día de mucho frío, llegó tarde una niña de triste semblante, la más pequeña del grado. Por supuesto, recibió su castigo por tal osadía. En un rincón y sin recreos, debía escribir dos hojas de una composición cuyo tema era “La vaca”.
Cuando la maestra, que con mueca siniestra disfrutaba el momento, le dio la hoja con el título, la niña la miró fijo. Al instante unas gordas lágrimas brotaron de sus ojitos. Nada dijo la maestra, nada dijo la niña. Sólo escribió unas pocas palabras y al cabo de dos horas entregó la hoja, que la mujer dejó sobre el escritorio con soberbia y sin leer. Seria y con gran ademán dio un discurso acerca de la responsabilidad y la disciplina. Y envió toneladas de tareas para el hogar. Al sonar la campana, juntó sus cosas, las guardó con un orden obsesivo y volvió a su casa otra vez rumiando la desesperanza.
Presta a corregir los cuadernos, sacó la hoja de la niña y leyó:
La vaca es un bicho malo como mi maestra.
La vaca mató a mi mamá.
Mi maestra no me deja olvidarlo.
Atónita quedó. Jamás le faltaron el respeto de tal manera. Su ira estalló, los gritos se mezclaban con el ruido de la loza rota. Arrojó una plancha de hierro contra la foto enmarcada que posaba sobre el modular. ¡Desgraciado! gimió, mientras hacía volar los cajones de cubiertos por el aire. En ese instante él regresó. Al abrir la puerta, se le abalanzó endiablada con la cuchilla hacia el cuello, y con cada puntada su risa se volvió más histérica y chillona.
Quedó tieso en el piso reflejando aún la sorpresa en su rostro.
Ella respiró hondo. Le costó arrastrarlo al zanjón, pero el lodo que produjo la llovizna le permitió deslizarlo. Limpió y barrió la cocina.
Durmió como siempre y se levantó al alba, como la rutina le exigía. Sólo preparó te.
La lluvia torrencial no la amedrentó. Salió a caballo pese a los tirones y corcoveos que éste daba. Mas a mitad de camino el animal se plantó y ella resbaló a un charco. Cayó tan mal que el crac de su columna tronó al igual que la tormenta.
Pasaron horas. No se inmutó. Con los ojos muy abiertos miraba al cielo. La comprensión fue ganando lugar en su alma.
Soy la vaca empantanada que en su furia se hunde cada vez más, pensó.
¡Perdón niña! ¡Seré tu ángel!
Y expiró.

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