jueves, 3 de diciembre de 2015

Beatriz Arias











  Y la llovizna leve

Al fin, uno pierde
la luna que se muere,
los árboles que tiemblan
y la llovizna leve.
Al fin, uno pierde
una reciente sombra
sobre el hombre dormido,
la solitaria casa,
los muertos infinitos,
el sueño afiebrado del verano
y los otoños
oxidados de ausencias.
Al fin, uno pierde
una mesa desierta,
un hombre repetido
en todos los espejos;
y los ojos abiertos
en medio del océano.
Al fin, todo se pierde
salvo alguien que nos nombra.
 

Acaso el laberinto de esta vida
sueñe lo que sueño
marineros que parten
grillos que repiten
su grito desolado
un ojo de oro
que cae en medio de la tarde
lluvias eternas
nombres
que excedieron sus olvidos
niñas que siempre regresan
de los antiguos caminos
de la infancia.
 

Todo sobre el corazón
el viento y la lluvia monocorde.
Los hombres abiertos
desangran en la ciudad metálica.
Pocas flores,
necesitamos más
para encender la noche,
gritos marítimos,
frutos multicolores
todo sobre el corazón
que a veces camina sin memoria.

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