miércoles, 30 de septiembre de 2015

Antonio J. González

 
El gran río


Se asomó a la pequeña ventana de su taller. El escultor había dejado por un momento la argamasa con la que pretendía elaborar una figura vigorosa que representara la furia, el desconcierto y la rabia del hombre, pero se había detenido cuando sonó el primer trueno que anunciaba la tormenta. Debajo de él pasaban las aceitosas aguas del Riachuelo, lentas, pesadas, oscuras. Durante muchos años, todos los días, veía esas aguas que viajaban sin apuro hacia el Río de la Plata. Don Julio vivía allí, sobre la estructura rígida y herrumbrada del viejo puente que cruzaba el Riachuelo en dirección a Avellaneda. Resonaron varios truenos y un rápido destello iluminó el cielo gris que cubría las casas y galpones de la orilla opuesta. Fue un estallido que de pronto estalló en sus ojos cansados sobre los vidrios de la ventana. Garrón se acurrucó junto a sus pies y su cuerpo gris se hizo un ovillo buscando calor. Puso su hocico debajo de una de sus patas y gruñó levemente como un gemido. El escultor se inclinó y comprendió el temor que sacudía a quien acompañaba sus días. Era el mismo temblor que él estaba sintiendo, no sabe bien si era por la tormenta que se anunciaba o el insistente dolor en el vientre que no le dejaba estar mucho tiempo de pie. Justo a él que acostumbraba a treparse a los andamios, a las escaleras, para romper la piedra, modelar la arcilla o simplemente descubrir las formas que escondía la madera. Volvió a sentarse en el sillón con almohadones que hacía las veces de cama, escritorio, mesa de trabajo, donde su cuerpo reposaba y encontraba la posición justa para aquietar el paso incesante del agua bajo el puente de hierro.
Pensó un instante en este mediodía, no tenía apetito, pero Garrón otra vez se acurrucaba a sus pies y le disipó la idea sobre el alimento. Ahora su mirada se volvió hacia la mesa donde estaba la masa sin forma de donde debía surgir aquella figura que imaginaba con un gesto de rebeldía, el brazo con un puño apuntando hacia el cielo, sus piernas abiertas firmes sobre el suelo y un rostro aindiado, rudo, increpando… ¿A qué? ¿A quién? ¿Por qué…? Tantas cosas… Tantas razones había para el grito desgarrado de la furia…
En ese momento la tormenta se descargaba sobre el viejo puente, el río y su pequeña vivienda que, en forma de torre, perteneció alguna vez al encargado de subir y bajar el puente ante el paso de las embarcaciones que, hace mucho tiempo, traían y llevaban bultos al frigorífico La Negra y otras industrias que estaban a las orillas del curso de agua.
Él sabía mucho sobre esa historia. Habría trabajado en el frigorífico en su juventud, con sus ilusiones libertarias. Recordó en ese instante aquellos días del ‘40 cuando pararon las tareas durante varios días…
Garrón se levantó asustado, rápidamente bajó la escalera de madera y comenzó a ladrar en la puerta de entrada. La lluvia descargaba su golpeteo incesante sobre los techos y los vidrios de la casa. El agua bajaba con sus rezongos por las oxidadas cañerías, mientras el viento sacudía toda la estructura con un temblor leve, casi imperceptible para Don Julio, pero no para la sensibilidad canina. El escultor se puso de pie apoyándose en los brazos del sillón.
- Garrón... – llamó sin fuerza ni convicción. Se asomó sobre la baranda y miró al perro que se mantenía alerta ante la imaginaria amenaza que estaba más allá de la puerta de entrada. No atendió el llamado. Siguió con sus orejas atentas, su hocico hacia el espacio exterior, toda su estructura perceptiva atenta a las acechanzas que el animal intuía a través de las paredes.
- Garrón, vení… ¡Garrón! – gritó con esfuerzo, al mismo tiempo que se volvió hacia el sillón. Se dejó caer lentamente sobre los mullidos almohadones y buscó la mejor posición para un cuerpo lastimado, dolorido, cansado… Vio la masa inerte de la arcilla, las herramientas que esperaban su mano ágil, firme y segura buscando los relieves, las hendiduras y los significados. Pensó en aquella figura… levantándose pese a todo… gritando con fuerza su furia…
Garrón buscó el refugio de sus pies. Ahora atento a los sonidos de la tormenta, a las acechanzas más allá de este espacio apenas iluminado por la tenue lamparita que oscila sobre ellos. Sus ojos no podían alejarse de la puerta que estaba abajo, la lluvia que golpeaba el paisaje gris del suburbio, tal vez el mismo Riachuelo que ahora aceleraba su paso… Don Julio pasó su mano por la cabeza nerviosa del perro. Sus dedos se metieron en su pelaje negro, pero Garrón no apartó su vigilancia de aquella presencia que sólo él intuía.
Don Julio sumó sus fuerzas, fue hasta la mesa de trabajo, se acomodó los anteojos y sus manos amasaron esa materia tan familiar. Los dedos aún tenían el vigor y la ductilidad de siempre. Pronto apareció una figura que plantó firmemente en la base. Poco a poco surgía el cuerpo desnudo de ese hombre, erguido sobre sus piernas… el rostro ya insinuaba el gesto hacia arriba con la boca abierta en un grito… y el escultor enseguida amasó sus brazos musculosos, tensos…
El animal bajó por los escalones de madera y se colocó en posición de guardia ante la puerta de entrada y la tormenta… El martilleo de la fuerte lluvia llegaba allí a través de los ventanales, un hilo de agua se escurría por debajo de la puerta… Los ladridos de Garrón eran desesperantes, insistentes… sin abandonar su posición rígida y la mirada más allá de la puerta.
Las manos de Don Julio se aquietaron… rígidas, frías y ausentes, mientras las aguas corrían en busca del gran río y Garrón subía rápidamente por la escalera....

Liliana Varela

 
De nada vale -un poema no tan antiguo

Heme aquí,
en un círculo sin nombre
rodeándome de espinas.

En el horizonte agoniza una orquídea

-aquella que jamás supiste nombrar-

Ya está.
De nada vale el llanto
cuando no hay espectadores.


Hoy construí otra guarida,
de naipes forjé paredes
y sellé ventanas nunca nacidas.

Sin puertas la dejé
para no tentar a esa otra que me habita
aquella que busca un vellocino
en arenas de piritas.

No responderé preguntas
no agitaré huracanes

y cuando la bestia brame
-la que aflora por la herida-
sobaré su rostro,
callaré su grito,
cerraré sus párpados
calmaré su ira

y musitaré a su oído:
"mañana,
mañana será otro... el día"



 Requiebro -poema encandenado

saco virginal esconde sus secretos/ante el mundo exhibe /dulce su sonrisa en sus labios yertos
Ana lucía Montoya Rendón
------ºººº-----------------


Un Oasis para amarte
entre el desierto de la vida.

Eres un espejismo
atavío de hortensias muertas
antes de florecer,
la inimaginable manera
de entíldar ansias
en noches de aserrín y zozobras.


Ella no puede orquestar melodías
¡su corazón es hostia sin comunión!
un requiebro de magnolias tapia
sus días
orla sus noches
consume su aliento
y es un enigma de velos

lo que su pecho sintió aquel día.

Nadie podrá decirle
que no hubo laberinto en sus párpados.

Una alucinación quemó su piel
y la confinó al ostracismo.

Marta Elizabet Cordoba


I
un día ya residías instalado
desposeído de prejuicios y a tu antojo imprimiendo extraños nuevos deseos
germinados desde los recónditos lugares de mi mente
hasta alojarse en la inaugural impudicia de mi cuerpo

allanaste desde entonces lo oculto mío
profanando la recóndita singularidad
de lo que creí des-entrañable

ahora en vos atravesada
me albergo sedentaria
y poseída
del mismo modo
de todo desprejuicio
mientras te deslizas hacia mí en cualquier sitio en todo momento

y yo
anidada con el desaliento que provoca el imaginario
inasible territorio público de tu cuerpo y de tu alma
que jamás he poseído

incauta de mí que lo desconoces

pero un día me buscas y te encuentro




 II

saludaron
trompetas silenciosas
de madera atrapadas sin sonido

tañeron

y ella te quiso tanto

las luces opacas optaron por correr
hacia otra corriente más iluminada






III

podría haber callado pero no
se empeñó en irrumpir del mismo modo que ayer lo hizo estúpidamente
justo en el exiguo momento de silencio que conocía a la perfección
era “su momento”

no son los hombres quienes más atacan caviló luego
somos nosotras las bestias que arremeten contra todo y todos

bárbaras y geniales aunque débiles a la luz de sus ojos

¡sí, vos que pensás que me deshago en mil pedazos cuando en realidad
vos y sólo vos desde siempre sos y parecés un manojo de mendrugo humano!
¡mirame! ¡mirame por esta vez y decime que me caigo!

se sosegó

¿estás ahí? ¡escuchá! es nuestra naturaleza
no podemos vegetar en dualidad
hasta convertirnos en un equivalente de vetustos y apestosos cuerpos  

el segundo siguiente el espejo oval le devolvió la cínica sonrisa de su rostro irradiada en un sosiego frugal


Fernando Sorrentino



Reinserción en la sociedad


Nuestra luna de miel transcurrió en Bariloche. Al atardecer de un sábado volvimos a Buenos Aires, deseosos de estrenar nuestro departamento de dos ambientes.
En el dormitorio encontramos una jaula.
Idéntica, en escala mayor, a las jaulas para loros. Tenía una base circular, de unos tres metros de diámetro, y rejas verticales: a modo de meridianos, se iban uniendo hacia arriba, hasta culminar en una cúpula puntiaguda, que rozaba el cielo raso.
Para hacerle lugar a la jaula en el dormitorio, habían llevado la cama y las mesitas de luz al comedor, y habían comprimido la mesa y las cuatro sillas contra una pared. Obstruidas por la cama, sería difícil abrir las puertas de los armarios. Muebles, pisos y paredes mostraban rayaduras y golpes.
En la jaula había un hombre pálido, de cabellos rojizos. Daba la impresión de extrema pulcritud y también de algo anacrónico. Vestía traje cruzado, negro, con finas rayas grises; blanca camisa almidonada; corbata oscura; zapatos negros, muy lustrados; sobre las rodillas sostenía un sombrero gris, tan limpio, tan antiguo y tan nuevo como el resto de su persona. Esos elementos de otras épocas que parecían recién fabricados me inspiraron una idea molesta de utilería, de disfraz, de reconstrucción arqueológica.
Todo esto lo fuimos viendo más tarde. Al principio, Susana y yo experimentamos una conmoción. El hombre aguardó que nos calmáramos y dijo, con tono monocorde:
—No los esperaba hoy. Según mis informes —consultó una libreta—, ustedes deberían haber regresado mañana por la noche. El cronograma es bien claro: “viernes 12, instalación del tutelado; sábado 13, jornada de adaptación física y psicológica; domingo 14, arribo de los tutores”. Y hoy, si no me equivoco, es sábado 13.
—Es cierto —respondí—; adelantamos un día la fecha de regreso. Resulta desagradable volver pocas horas antes de reintegrarse al trabajo.
—Más desagradable resulta recibir gente antes de lo previsto. Al señor Rocchi le van a disgustar estas informalidades que, por otra parte, perturban mis proyectos para esta noche.
—¿El señor Rocchi? ¿El propietario de la empresa inmobiliaria?
—¿Quién, si no? Él en persona se ha encargado de efectuar las gestiones necesarias. Y no son trámites placenteros ni rápidos. Pero el señor Rocchi sostiene la idea de que todos los ciudadanos deben extremar su celo para cumplir y hacer cumplir las leyes.
Decidí poner las cosas en su lugar:
—¿Leyes? ¿Qué leyes son ésas? ¿Y desde cuándo el tal Rocchi, un mero comerciante, tiene poder para hacer cumplir las leyes?
El hombre continuó, siempre monótono:
—Usted es una persona que aún no conoce la vida. Además, su casamiento le ha impedido interiorizarse de ciertos cambios introducidos en la legislación inmobiliaria. Por ejemplo, el señor Rocchi es ahora un magistrado. Y también usted es, dentro de ciertos límites, un magistrado.
—¿Yo, un magistrado? —ensayé una risita incrédula.
—No tanto: más bien una especie de auxiliar de los magistrados.
—¿Un auxiliar del señor Rocchi, entonces?
—Sería imprudente adelantarme a la decisión de las autoridades. Sin embargo —bajó la voz—, puede tomar esta información como una estricta confidencia.
—¿Y por qué me hace usted una confidencia?
—Mi regla de oro, señor, es Saber convivir. Puesto que pasaremos bastante tiempo bajo un mismo techo…
—¡Bastante tiempo bajo un mismo techo!
—Así es, señor. Yo soy mayor que usted: treinta años, o aún más. He progresado muy poco; me encuentro en el grado más bajo del escalafón carcelario: sólo soy un recluso. En cambio, usted es aún un hombre libre y ya logró el primer honor en la carrera carcelaria: el grado de auxiliar.
Entonces estalló Susana:
—¡Jamás en mi vida he oído tantas estupideces juntas! El problema básico es: ¿qué demonios está haciendo este hombre con su horrible jaula en nuestro dormitorio? Y además: ¿quiénes y por qué han llevado la cama y las mesitas al comedor, y quién pagará los daños que les produjo la mudanza?
—Mi joven señora, no puedo aplaudir el tono, un tanto áspero, de su inquietud. Hay cuestiones de orden práctico. El traslado de la cama fue imprescindible porque, de lo contrario, no se habría podido ubicar la celda en forma reglamentaria. ¿Quién pagará los daños?: las autoridades proyectan crear un equipo de obreros de diversas especialidades que, por una suma módica, volverán a dejar sus muebles y paredes en óptimo estado. Pero antes usted preguntó qué demonios hago yo con mi horrible jaula en su dormitorio. A mi vez, yo le pregunto: ¿cree usted que yo estoy aquí por mi propia voluntad?, ¿piensa que me agrada ser un presidiario?
—Es que a mí no me interesa si usted está preso por su voluntad o por la ajena. Lo que no puedo soportar es su jaula en nuestro dormitorio.
—No es una jaula: este término carga la desagradable connotación de animales en cautiverio, idea opuesta al espíritu humanitario que guía a nuestras autoridades. Tampoco celda ni calabozo. Su nombre técnico es “receptáculo reinsercional”.
Esta rectificación irritó aún más a Susana:
—¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué en nuestro dormitorio? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?
—Los diputados y senadores argentinos son personas inteligentes, cultas, laboriosas, honestas, austeras y altruistas. Merced a estas virtudes, han promulgado nuevas leyes, cuyo conjunto se conoce con el nombre de Régimen de Reinserción Social y que…
—¿Quiere hacerme creer —lo interrumpí— que usted está en nuestro dormitorio debido a esas nuevas leyes?
Colocó el sombrero sobre el índice izquierdo y, tomándolo del ala con la mano derecha, lo hizo girar, mientras meneaba la cabeza:
—Yo sólo soy un recluso. Dentro del sistema carcelario cumplo la función más humilde. Ustedes dos gozan del grado inmediatamente superior al mío. Deberían dominar el tema mejor que yo. Pero, en la práctica, nunca sucede así, ya que yo hace muchos años que pertenezco al sistema, mientras que ustedes acaban de ser admitidos en él. Deberían sentir una inmensa alegría por esa admisión, pero no la sienten: tal fenómeno, aunque dista de ser mayoritario, suele presentarse siempre. Cuando conozcan la letra de las nuevas leyes, sentirán no sólo alegría sino también orgullo.
Susana tenía los puños crispados.
—Si me permiten —añadió el hombre—, yo podría dar algunos datos sobre el Régimen de Reinserción Social…
—Estoy ansioso por oírlo —su lentitud me resultaba insoportable.
—Las autoridades, tras estudiar el antiguo sistema carcelario, comprobaron que no respondía a las necesidades de la sociedad moderna. Por lo tanto, no vacilaron en reemplazarlo por otro sustentado en ideas solidarias. ¿Me explico…?
—Sí, sí, adelante —sacudí la mano con impaciencia.
—El Régimen de Reinserción Social se basa en dos principios interrelacionados: A y B. Mediante A, se procura la progresiva reinserción del presidiario en la sociedad; mediante B, se reemplaza el antiguo sistema de unidades carcelarias colectivas por otro de unidades carcelarias individuales. Las empresas inmobiliarias distribuyen los presidiarios en las viviendas a estrenar y, gracias a esta medida, las antiguas cárceles son demolidas para dar lugar a plazas y parques.
—Pero, ¿por qué en las viviendas a estrenar?
—Las viviendas viejas no siempre guardan condiciones estéticas gratas y pueden influir de modo negativo en la psiquis del presidiario. En cambio, un ámbito de prisión moderno influye de modo muy beneficioso en su reinserción en la sociedad. Además, custodiar un recluso tiene que causar enorme júbilo en los nuevos dueños de casa: es como si…
—¿De manera que Susana y yo somos sus guardianes, y usted, nuestro presidiario?
Decepcionado, volvió a menear la cabeza:
—Las autoridades no utilizan los términos guardianes y presidiarios. Emplean tutores y tutelados, vocablos que se adecuan al principio A del sistema: la progresiva reinserción del presidiario en la sociedad. ¿No lo cree usted así?
—Pero veo que tanto las autoridades como usted sí utilizan la palabra presidiario.
—Sólo a modo de metáfora poética, para que los tutores comprendan sus obligaciones.
—¿Obligaciones…?
—Digamos tareas. Son escasas y sencillas. Sólo deben proveerme, en cantidad y calidad adecuadas, de comida, ropa, asistencia médica y psicológica, ejercicios gimnásticos, elementos de higiene, etcétera... En suma, las cosas materiales a que se hace acreedor un ser humano en cuanto tal. También se prevé la rehabilitación espiritual del tutelado mediante el esparcimiento y la información: me corresponden diarios, revistas, libros, televisor, equipo de audio… Dos noches por semana, martes y jueves, me visitan amigos de cierta edad: señores aficionados a los naipes y a los dados, y a quienes se debe agasajar con entremeses y bebidas.
—¿Cuántas personas serían?
—Nunca más de ocho o diez. Asimismo, no he abandonado mis prácticas sexuales: los sábados por la noche recibo a la señorita Cuqui, una muchacha bella, encantadora y culta. Una joven de tantos méritos no podría enamorarse de mí, de modo que ustedes deberán retribuir sus favores. Desconozco la tarifa, pues odio ocuparme de algo tan ruin como el dinero. Más bien me place el arte, y tres veces por semana (lunes, miércoles y viernes) tomo lecciones de batería con un chico rockero, devoto de la música delicada y cuyos honorarios no son muy altos.
—Pero —preguntó Susana— ¿cómo podríamos hacernos cargo de tantos gastos?
—Yo nunca he sido un hombre de suerte —volvió a menear la cabeza—. Otros colegas fueron alojados en hogares de sólida posición económica... En fin, la vida suele ser injusta... Yo les aconsejaría describir el problema en una carta-documento; a ella debe adjuntarse una foja adicional, en original y cuatro copias, en papel sellado, firmada por un contador público y un escribano; en esta foja constará el detalle pecuniario de ingresos y erogaciones, de manera que los tutores puedan probar la existencia de un déficit considerable. Las autoridades se desviven por resolver los problemas causados por los tutores, y hasta es posible que los honren con una beca de tutor.
Calló, dando a entender que se había excedido en revelar esta ventaja. Tuve que preguntar:
—¿En qué consiste la beca de tutor?
—Implica un derecho y un deber. En cuanto al primero, las autoridades intentarán conseguirles sendos empleos nocturnos: por ejemplo, el caballero podrá formar parte del personal de maestranza de alguna estación ferroviaria del conurbano bonaerense; respecto de la señora, no creo que la señorita Cuqui se niegue a iniciarla en los misterios de su apostolado. A cambio de estos privilegios, ustedes deberán asistir a los Cursos Holísticos de Perfeccionamiento para Tutores: sus aranceles son bastante reducidos y se dictan en la ciudad de Luján.
—¡En Luján! —dije estúpidamente—. ¡Tan lejos…!
—No tienen obligación de solicitar la beca —repuso, y agregó, bostezando—: Ya es casi la hora de la cena. No tengo preferencias especiales: acepto cualquier comida, a condición de que sea abundante, variada, con los condimentos apropiados y acompañada de vino tinto de excelente calidad.
Susana corrió a la cocina.
—Siempre me baño antes de cenar. Ésta es la llave de la celda.
Me la entregó a través de los barrotes. Abrí la puerta y el hombre salió. En la mano llevaba un pequeño bolso deportivo, que contrastaba con la severidad de sus ropas. Y de este mismo anacronismo brotaba ahora una paradójica sensación de salud, de fuerza, de bienestar.
—No es necesario que usted conserve la llave en su poder. La tengo conmigo para entrar y salir, pues soy enemigo de causar la menor molestia a nadie. ¡Señora! —gritó—. ¡Me sube un poco el calefón, por favor! Y usted —me dijo— alcánceme un toallón limpio y, para mañana, no se olvide de comprarme un frasco grande de champú especial para cabellos teñidos.
Obedecí. Se colgó el toallón en el cuello; abandonamos el dormitorio, llegamos frente al cuarto de baño.
—Me atrevo a recordarle que hoy, sábado, es el día en que viene la señorita Cuqui. Pudorosa como es, le resultaría chocante encontrarse con gente extraña. Así que, por favor, a las veintitrés y treinta, usted y su esposa tendrán la amabilidad de retirarse.
Apoyó la mano en el picaporte:
—Voy a utilizar la cama matrimonial: ha escapado a la perspicacia de las autoridades la notoria incomodidad de la cucheta reglamentaria. Ah..., sábanas sin usar, se lo ruego.
—Este… ¿Y cuánto demorará… todo eso?
—Pueden volver a las tres y media o cuatro de la mañana. Toque el timbre una sola vez; si no recibe respuesta, no insista: la señorita Cuqui es muy enérgica y, cuando concluye su labor, suelo sumirme en un sueño tan merecido como profundo. En tal caso, dése una vueltita mañana a las diez en punto: antes de esa hora, no, pues aún estaré entregado al reposo; y, después de las diez, tampoco, ya que acostumbro tomar mi desayuno a las diez y cuarto.
Entró en el cuarto de baño. Atiné a preguntarle:
—¿A cuánto tiempo ha sido condenado?
—A cadena perpetua —contestó, y sus palabras me llegaron apagadas por el ruido de la ducha.

A la memoria de mi idolatrado K.



Este cuento fue publicado por primera vez en la revista Proa (director: Roberto Alifano), No. 74, Buenos Aires, marzo-abril 2009, págs. 109-116.

En versión bilingüe español/alemán (“Reinserción en la sociedad” / “Resozialisierung”, traducción de Anna-Maria Orlacchio) apareció en el volumen Problema resuelto / Problem gelöst (2014). Al cuidado de Vera Elisabeth Gerling y Andrea Schmittmann. Düsseldorf, DUP (Düsseldorf University Press), 2014, 252 págs.

Barbara Tarquini

Búfalo

Mares enterrados.

Búfalo sal de junio,

sal de junio.



Entra donde puedas

tu mente acecha.



Caen mariposas,

Avanzan.



Sucumben estrellas,

Conejas de madera,

santas como puercas,



libera

tu búfalo

libera tu búfalo,

libera tu búfalo,



libera

tu búfalo…



 

Elegí



Palabras de esta red orgiástica

de infinitos vacíos,

deseos y sucesos

enmadejados en circunstancias.



Corrompí

esta angustia atragantada

suplicando alivio

cuando un sueño maduro

sudó vaporosa la mañana.



Pájaro de luz antes de la lluvia.

fuego bajo la tierra abierta,

frases sin mar.



Son tus leños,

los que hacen del ritmo moraleja,

en cristales de esta rima que te besa.



Son tus cielos,

los que me liberan

de artificiosas noches viejas.



Crisálida,

eso somos, en tu vuelo,

mar y estrella.


Por momentos



Penetro

sin herir la calma,



en otros

los tréboles.



En otros

los sabores dobles

de las axilas del mar

amándote.



©Elisabet Cincotta


a veces pienso que fui crédula
cuando prometías dicha

entonces el velo se corre
y la verdad lastima



Poema dedicado al recuerdo de las Hermanas Mirabal, en celebración
 del 5º GRITO DE MUJER - EN BERAZATEGUI-GRUPO LITERARIO ALMAFUERTE

MARIPOSAS


las mariposas vuelan por el tiempo
no permiten que se pierda
la memoria de su lucha


valentía
altruismo
honor a su bandera


pena y dolor
el ultraje
no rindió la pasión ni ideales
solo el golpe cruel
logró acallar sus colores


lo que no sabían los cobardes
es que las mariposas surcan cielos
y que el silencio impuesto
pasó a ser grito de aurora
eco de
libertad
coraje
fortaleza


fue el legado que dejaron
para que otras mariposas
hicieran de ellas su estandarte



 POEMA PARA EL GRITO DE MUJER EN POESÍA BAJO LA AUTOPISTA

ENTRE JUNCOS Y QUEBRACHOS



vaga

la mujer del fondo de la calle

entera por dentro

-aunque su figura diga
lo contrario-


en ella siempre fluye la llama

-de la existencia milenaria-

que la signa junco y la marca quebracho


Rodrigo M. Maldonado



¿Quien es en realidad?  

Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia “No hace mucho, el verdugo, mando a llamar por mí, con un mensaje simple y nada preocupante, aunque en el fondo sabia que esas situaciones siempre son, al menos malas; inmediatamente tras recibir el llamado, se liberaron automáticamente mis ataduras de la tecno celda en la que estaba sentenciado a pasar mis días, solo mirando una pantalla, con el continuo y perforante timbre de un infernal aparato de tortura, el Bell, el sonido de las risas de quienes por allí pasaban, ignorándome por completo o adrede, la continua pelea por las migajas con el resto de los ocupantes de las celdas vecinas en conjunto con el constante reflejo de una blanca y estresante luz desgastando mis ojos continuamente, sin parpadear, sin apagarse jamás ni siquiera por misericordia o una pisca de humanidad, y la continua tensión de esperar en mi pantalla el informe del rendimiento de cada prisionero, de ese informe dependía el castigo que debía sufrir cada uno. Aunque había algunos otros -compañeros- podría llamarlos, que ya hacia tanto tiempo o más que yo que estaban en la misma situación, ellos ya no sentían el castigo, más aún, parecían disfrutarlo y aceptarlo como lo natural, lo común, lo que debe ser. En medio de esa pobre gente enceguecida por el acostumbramiento me encontraba luchando solo para estar ahí nuevamente el día siguiente en un lugar en el que no pedí estar, un lugar en el que la gracia de la suerte me había arrojado hace ya varios años, con una falsa promesa de esperanza. Me dirigí a mi encuentro con el verdugo, solo, sin custodia ya que nadie sería tan imbécil para tratar de huir sin llenar los formularios correspondientes, sabíamos que te encontrarían y pagarías las consecuencias, que por supuesto son mucho peor que el castigo diario. Ni bien ingrese a la sala de tortura, lo vi a él, no había nadie más, no estaba el verdugo, solo él, era ese compañero con el que libramos incontables batallas, compartimos miles de humoradas, y por el cual hubiera interpuesto mi pecho frente a la lanza hacia él dirigida en cualquier batalla, él ya hacia un tiempo se había ganado una línea de cargo en su hombro, por lo que tenia cierto acceso y cercanía al Marshall, y gracias a él en algunas ocasiones, mi castigo era un poco menos sádico. En su mano derecha tenía una carta, el sobre se veía abierto y con la gama de colores de la corporación, en ese preciso instante me invadió un fuerte olor a whisky caro y a perfume lujurioso, supe allí mismo que esa carta, sea cual fuera su contenido, había pasado por las manos del Conde T'ridellia, un joven decrepito y codicioso de pelo platinado parecido al de la sota de oros consumido por el alcohol y la ambición, y el Marshall D'effiarena, un veterano de las guerras de la tecnología, exiliado por su propio pueblo por las atrocidades cometidas, quien fuese acogido por el Conde T'ridellia como su administrador para las tecno prisiones, ambos estaban totalmente corrompidos por el poder, cada tanto organizaban sádicas y caníbalescas orgías con los reclusos sin importar su género o condición. En ellas devoraban mis mejores partes, la carne más jugosa y sabrosa y absorbiendo toda la energía que pudiera darles como si fuera una batería y a veces hasta un poco más, así lograban reducirme a simples despojos de grasa, huesos, viseras, órganos y materia fecal, con el único fin de dejar la sola evidencia de un ser inútil e inservible que debía permanecer en las tecno celdas y ser meritorio de mas y mayores castigos, engrosando así sus filas de carne para su perversión, deleite y regocijo. Pero eso no era todo, en secreto alimentaban nuestros restos nuevamente como quien engorda a su ganado logrando nuestra regeneración, la cual cada vez es menos perfecta, al principio los detalles eran casi imperceptibles, pero luego de los años los síntomas y el agotamiento eran cada vez más evidentes, y una vez que ya no podían consumirte mas, simplemente se deshacían de nosotros ya sin posibilidad de ser útil en ningún aspecto. Allí mismo, en la sala de torturas, sentado frente a frente con mi amigo, note que tras su cara, había algo raro, algo que no lograba distinguir del todo, parecía una marca, al principio le reste importancia, aunque no podía dejar de observarla. Fue así que, tras un corto silencio que para mí fue una eternidad, nuestra conversación comenzó, sus primeras palabras fueron cortantes y secas, me dijo: - Se que podrás creer que esto llega a destiempo, tarde quizás, pero el rendimiento de energía de tu tecno celda no es suficiente, tengo aquí mismo el informe del vocero del rey… Me mostró un papel con el sello oficial y la firma del vocero, en el se podía leer algo así como: [Su estación reporta que el nivel de energía obtenido de Ud. es deficiente, de continuar estos niveles nos veremos obligados a realizar humillaciones mas allá de lo conocido sobre Ud. recuerde que nos pertenece y nos debe dar lo que se le exija sin importar ningún tipo de condición] Después de unos quince minutos y un frio aleccionamiento sobre lo estándares impuestos por el Conde, manipulados a pedido del Marshall y consensuados con el Verdugo, fue así que esas palabras bastaron para que reconociera la marca detrás de su rostro, era la marca del verdugo, la mano derecha del Marshall, al instante que la reconocí supe que él, desde que recibió esa mera línea en su hombro, dejo de ser la persona a la que conocí, allí mismo y como si el supiera lo que estaba penando puso sus dedos por debajo de su piel y jalo con fuerza, revelando su verdadera cara, la cara del verdugo. Para ese momento yo supe que las cartas estaban echadas, mi juego no era tan bueno como creía, en realidad quien se suponía jugaba con migo era parte del otro equipo, se podría decir que en el tablero mi rey estaba con las movidas contadas, cercado por la torre, caballo y la dama del oponente. Ya estaba de lleno en su juego pero todavía tenía alguna opciones...” Así me lo contó, me dijo que en su desesperación pensó cientos de maneras de morir, otras tantas de llevarse al Conde, al Marshall y al verdugo con sigo, pero que todo dependía de quien fuera en realidad, lo que me llevo a preguntarme ¿quién era él? ¿Él? el historidor, ¿yo? quien transcribe sus dichos, ¿la joven Bella? capaz de ver la bondad en todos ¿la monstruosa e imparable bestia? quien destrozaría todo a su paso inducido por la ira, ¿el tímido pero genial Dr. Jekyl? ¿O el sádico Sr. Hyde? él descuartizaría a cualquiera solo por el placer de ver el sufrimiento en sus víctimas, ¿puede ser inclusive el depresivo Dr. Bruce Banner?, temeroso y escurridizo de los problemas ¿o el poderoso Hulk? que no dejaría que nada ni nadie se interpusiera, ni siquiera si su propia vida estuviese en juego, ante un hecho injusto a sus ojos. Pero en realidad, esa no es la pregunta importante, la verdadera pregunta y lo más inquietante es: Al final de todo ¿quién de ellos tomara el control? porque todos ellos viven dentro de mí y alguno prevalecerá por sobre los demás.

Alicia B.Pastore

y si yo recuerdo
ahora
justo ahora
aquél hombre
en el andamio

y el otro
boca abajo
ignorado
por toda lámpara

y otros que mejor
hubieran quedado
en las sombras

y ese que no habla
y éste que no puede callar

si yo aplasto
sus calvarios
entre mis sienes

y mis dientes
ni una huella
dejan en su rostro

entreabrir los labios
no es pronunciarse

es apenas
la más miserable
de todas las ofertas

ni un poco de presagio
vuelca mi pala
sobre su intemperie.




si al fin morir
es pronunciar
este verbo
cotidiano

y también vivir
y replegarse
en los sentidos

por mandato,
por miedo,
por verdugo
que uno es,,,


Como el perro

el perro danza
en círculos
va detrás
de su atrás

pretende hurgar
en su pasado

algo perdido busca
que lo dejó prendido
a ese baile circular

igual que yo,,,