martes, 25 de agosto de 2015

Liliana Varela


La Carta


Lacró la carta. Nadie la leería hasta que no llegara a su verdadero destinatario.
Todo estaba preparado con antelación y detalle; nada podía salir mal.
Terminó de vestirse y al salir entregó la carta al mensajero quién con su estruendoso ciclomotor aguardaba fuera desde hacía unos minutos.




Toda su vida había querido ser alguien, un personaje conocido, prominente, un líder con todas las letras pero siempre su impulsividad echaba por la borda todo proyecto; su arrogancia defenestraba todo tipo posible de amistad o acercamiento a alguien.
Sin esposa, hijos ni tan siquiera un perro que le moviese la cola al llegar del trabajo, su vida se había vuelto gris.
Era un Don Nadie que a su muerte jamás sería recordado ni estaría en los titulares de diario alguno.




Quizás hoy todo cambiase, quizás su libre albedrío pudiesen romper con esa racha de mediocridad a la que parecía confinado sin solución posible.


Ingresó en las oficinas en las que trabajaba desde hacía poco más de veinte años
y en las que aún seguía siendo un empleaducho más.
Un brillo iluminó su mirada cuando divisó un sobre encima de su escritorio. ¡Al fin sería alguien!
Echó una mirada de satisfacción a los lados y sonrió. Abrió la carta lacrada.




Al día siguiente había logrado su objetivo: los titulares de todos los diarios hablaban de la explosión que había causado su muerte, al fin era famoso aunque más no fuese por un día.




*De “Epígrafes propios y ajenos” 2007

 

De mentira a Verdad






Con el anzuelo de la mentira pescaréis la verdad”
Polonio (Hamlet)



Mentía demasiado. Nada era imposible para ella; capturar la luna y confiscarla en la palma de su mano, trastocar la esencia de las cosas en un fractal ilusionismo. Todo era tan fácil.
Querían creerle. Lo ansiaban y ella no sería quién destruyera sus ilusiones.
Se los dijo pero como siempre creyeron sus mentiras, las tomaron como universales verdades una vez más.
A veces se sentía como aquel cuento del pastor y el lobo.


Esta vez el lobo atacaría y ellos no podrían salvarla.


Por eso lo hizo, por la devoción que ellos le ofrecían.




Nunca supo por qué fingir una enfermedad Terminal había sido tan simple pero quitarse la vida había costado tanto.


*De “Epígrafes propios y ajenos” 2007



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