martes, 25 de agosto de 2015

Jorge Mensch

 
EL PÚA DE AVELLANEDA
   Estábamos en esa mesa cuando la barra se empezó a desarmar, habrá sido por el año sesenta y seis: cuando La Real era La Real.  Ese sábado todos nos sentimos traicionados.  ¡También!  Si el Púa era el que mejor le tiraba las bombas de alquitrán a los negocios de ellos y, si no me equivoco, él fue el que trajo el cantito “Hay viene Don Adolfo cruzando el callejón y a todo lo judío lo  vamo hacer jabón”.  Nunca, ninguna noche ponía una excusa para no ir a una acción.  Y los domingos sin palabras, cuando se plantaba revoleando la cadena, los de la otra hinchada reculaban todos y, ahí también nosotros entrábamos a revolearlas.  Y desde el día que se metió en la hinchada, las banderas afanadas se multiplicaron.  No me voy a olvidar nunca del partido contra Racing, cuando uno de ellos le dio un puntazo a Frutita. Fuimos todos a levantarlo y, al darse cuenta que lo de Frutita no era para asustarse, empezó a bajar de a dos escalones y, cuando llegó a dónde estaban; entró a revolear la cadena y les empezó a gritar “Guanacos hijos de puta, a ver si ahora tienen huevos”.  Y él sólo, solito, mientras lloraba con todo, le rompió la cabeza como a cinco.
   El Púa era medio raro, muy callado, nunca quería ir a bailar con nosotros, por eso un día Pachanga aprovechó y le preguntó si no le gustaban las mujeres, entonces el Púa le pidió a Pachanga que le mostrara el mocasín y, cuando Pachanga le mostró el agujero que tenía en la suela, el Púa le dijo:
   - Ya voy a ir a bailar.
    Y mientras todos nos cagábamos de risa por el mocasín de Pachanga, el Púa le aclaró:
    - ¿Y sabés cuando va a ser ese día?, cuando terminemos con todos los judíos de acá y de Norteamérica.
   Y ahí nos quedamos todos callados, hasta Pachanga cerró la boca, para después ponerse a hablar, no me acuerdo de qué.  La verdad, la única mina que le habíamos conocido al Púa, fue la Virulana, pero fue ella la que se lo levantó y, en el momento que nos quiso contar cómo había sido, ninguno de nosotros quiso escucharla, salvo Pachanga, pero como la Virulana no lo tragaba, se quedó con las ganas de saber.
   Durante un mes, lo empezamos a notar raro al Púa, en el bar del Paraguayo no ganaba un partido de truco por más que tuviese el as de espadas; y en el billar se perdía las carambolas más fáciles y, la vez que en la mesa de allá, el Mariscal le dijo que no nos vendría mal afanar en la tienda de Don Simón. El Púa con una cara de loco, que nunca le habíamos visto, se puso a protestar casi a los gritos, de que ese judío le fiaba a todo el barrio y, que la hija, desde hacía un mes, iba a corte y confección con su hermana y, a ver si no nos veía algún vecino y nos mandaba en cana.  El Mariscal no quedó muy conforme que digamos: ninguno de nosotros quedó conforme, pero no insistió más, porque sabía que cuando el Púa decía no, era no. Entonces el Mariscal propuso que el sábado (creo que esa tarde era miércoles) fuésemos a joder a un casamiento judío;  y esa noche tuvimos que ir solos, porque la ausencia del Púa se notó.  ¡Mamita si se notó!  A los rusos les gritamos de todo y con todo, pero ni se avivaron.  Claro, cómo se iban a avivar, si no nos acercamos a más de cincuenta metros del salón.  Y cuando estuvimos todos sentados acá, Pachanga, mirando fijo el vaso de cerveza, dijo lo que todos pensábamos pero no nos atrevíamos a decir:
   - El Púa se estará haciendo la paja por la hija del ruso Simón.


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