martes, 25 de agosto de 2015

Héctor D'Alessandro


El Cucaracho. 

Si no lo hago ahora, acabaré olvidándome de contar la ocasión en que me convertí yo también en una cucaracha.
  Fue así, una cierta mañana, y sin previo aviso ni indicios de insomnio 
o mal dormir, abrí los ojos para encontrarme con el extraño panorama 
de que sólo veía mis oscuras patitas queratinosas.
   Recuerdo claramente que mi reacción -la menos literaria
  que podía haber imaginado tratándose de mi persona- 
  fue de intensa curiosidad, como si me dijera a mí mismo
que aquella era una gran oportunidad para vivir experiencias excitantes.
  Y lo más interesante del caso es que yo había leído de un modo 
reverencioso la omisa pesadilla de Kafka, había vivido con 
intensidad lo que yo interpretaba como una metáfora acerca del 
definitivofracaso en que consistían las relaciones intrafamiliares. 
 
Lo leía como un creyente debe leer su canon particular,

  y me apasionaba y me interesaba por deducir de su carta
 
al padre elementos que me guiaran en el camino

 de indignación denunciada por la metáfora que yo había 

emprendido con mis escritos y con los libros que más disfrutaba 

leyendo.

Por todo esto, ver mis patitas de color oscuro y nacarado 
 
brillante no me hizo sentir terror ni tampoco otros sentimientos
 
opresivos.
 
Muy por el contrario, excitó todos mis nervios y ardía

en deseos de ver a mis amigos y mostrarles con orgullo mi nueva 

vida de insecto y asustar a mi estúpida novia con mi nueva 

condición.

Yo sabía que mis amigos, al verme, exclamarían

palabras de asombro ante mi nueva estampa y admiración

  por la tonalidad y consistencia de mi nueva piel.
 
Sabía, asimismo, que mi novia se estremecería de horror

 y me recriminaría el hecho de ser una persona tan variable

 
de carácter y tan mudable en mis convicciones y me saldría
 
con un discurso de esos tan comunes en ella que estaban

 
adornados de ideas tales como "me quieres explicar, Héctor,

¿cómo les digo yo a mis padres ahora que salgo con un chico

 
que se ha vuelto cucaracha?". 
 
"Esto lo haces para ponerme molesta, estoy segura de ello,
 
sólo lo haces para molestarme y molestar a mi familia

 
porque sabes que son gente normal, gente sencilla.
 
Eres un cabronazo, ¿lo sabías?"

 
Yo, que la escuchaba con paciencia, ahora redoblaría 

 
mi interés y curiosidad y amor por el conocimiento,

 
puesto que la escucharía con una paciencia de cucaracha,


y aquella era una modalidad desconocida por mí 

 que anhelaba experimentar de inmediato.

  Con todas estas imaginaciones me excitaba, y sólo deseaba

 
que llegara la hora de levantarme y comenzar a ver y 

experimentar las reacciones de las personas de mi entorno.
 

Me giré en la cama y, a diferencia de Samsa,sí que pude 

 moverme; no sólo esto, es que gozaba de una gran 

movilidad, hasta poseía cierto swing natural en mis 

movimientos.
 
Meneé un poco las caderas para ir adaptándome del mejor

 
modo posible a mi nueva fisiología, cuando entró mi madre

 
y nada más verme empezó: "¿Ya estás con tus estupideces?"

 
Dado que su exclamación resultó verdaderamente vibrante,
 
se expandió por toda la casa y llegó a oídos de mi padre

 
que de inmediato vino presuroso a ver qué nueva locura


   
había emprendido su hijo. 
 
Pude oírlo cuando decía "Este chico es la maldición de
 
los D'Alessandro.Me va a matar a disgustos.

 Dime, Héctor, ¿es lo que te has propuesto?

 
¿Es ¿Es eso lo que quieres? Matarme de un disgusto 

 
y matar a tu madre, a quien si matas tampoco perdería 

 
demasiado el universo, pero, dime de una vez:
 
¿pretendes matarme con esta nueva actitud? ¿Por qué me haces 

esto?"

 
-¿Piensas tener ese aspecto durante mucho tiempo?" Intervino mi 

madre

 
-No lo sé.

 
-Pues será mejor que vayas averiguándolo, porque esta tarde 

viene tu tía y tu madrina y además viene el prometido 

de tu prima la mayor y no le va a hacer ninguna gracia 

que estés así convertido en una cucaracha.

 
-Si es por esa gente -intervino mi padre- te puedes quedar así 

 
todo el rato, su naturaleza de miserables insectos les impedirá
 
advertir cualquier variación, estarán en su ambiente. 

 
Yo te pido en cambio que lo hagas por ti, por lo mejor de ti 

 
y porque esa parte mejor de ti me demuestre que no deseas 

 
realmente atentar contra la vida de mi cuerpo mortal.

 
Yo, sinceramente, quería contestarles pero entonces fue 
 
que cobré conciencia de que mi atenazada boca estaba

 impedida de emitir sonidos.

 
Ni una sílaba salía de mi interior, solo un grave esfuerzo

 
tozudo que se resolvía en una impotencia muda y angustiosa.

 
No podía responder, mi único modo de contestación o

 
protesta era mi sólo aspecto desnudo y tibio, de oscuro insecto

 
mudo y sigiloso, el furor de mis cuerdas vocales 

se transformaba en una agitación rítmica de mis patitas

 que parecía peinar mi cabeza sin pelo.

 
Entendí entonces con pensamientos que más que todo 

 
eran sensaciones, que ese que yo era estaba en el fondo
 
 
del cuerpo que me representaba y que los gestos malinterpretados 

desde el mundo exterior serían durante un tiempo

 indeterminado mi silencioso idioma y mi condenación a no 

entenderme realmente nunca a fondo con otra persona.

 
Ese día lo pasé en la habitación oyendo cómo mis padres

 
ante la inalterabilidad de mi situación llamaban a todos 
 
los conocidos y parientes, amigos (amigos suyos, se entiende, 

 
no a los míos a quienes consideraban como a otras tantos

 
graciosos capaces de hacer lo que yo había hecho) 

 
e incluso a mi novia, con el objetivo de que al venir
 
 
a mi casa estuvieran advertidos sobre mi nueva y extraña 

condición.

 
Envuelto y protegido por mi piel de cucaracha pensé 

 
que no me aguardaba un destino tan aciago dado que

 mis padres ahora renegaban pero, conociéndolos

 como los conocía,sabía que con el paso del tiempo

 me aceptarían.

 Quizás incluso se dedicaran, en alguna tarde hermosa, a leer 

 
"La metamorfosis", no con el objetivo de agradarme sino

 
de encontrar un antídoto, pero era un comienzo en el 

 
compartir gustos y libros.

 
Mi novia se limitó aquel día a sentarse a un lado de la cama,

 
a poner su cabeza apoyada en gesto dramático sobre la palma

 
de su mano izquierda y con la mano libre me agarró 

  
  una patita y no paró de llorar y gimotear durante horas. 

 
No me consideraba, de ningún modo una víctima de alguna

 
enfermedad transformativa sino un maldito loco 

 
que de alguna manera había buscado esta estrafalaria situación. 

 
A mí me gustó mucho cuando dijo que una vida entera

 
a mi lado en estas condiciones sería dura pero que su amor 
 
por mí se lo permitiría

 
. El placer dulce y tibio de rodear su cuerpo algodonoso 

 
y tocar su culito me reconciliaba con su persona y me permitía 

tolerarla. 

 
Yo quería más a su culito que a ella, pero aquella era una forma del 

amor.

 
Para cuando llegaron mis amigos, festivos, con sándwiches 

 
y bebidas para celebrar mi nueva y extraña condición,

 
mi madre ya tenía ecuménicamente diseminada la versión oficial.

 
Todo se trataba de una moda o costumbre de los jóvenes

 
de nuestra época. 

 
Mi novia no sabía muy bien a qué atenerse, yo no lograba

 
colar ninguna opinión desde dentro de mi prisión corporal
 
cucarachesca. 

 
Mis amigos inventaron un sistema de comunicación:

 
un movimiento de patita “sí”, dos movimientos “no” 

 
y se echaron a reír como descocidos, revolcándose 

por el suelo de la habitación.


 
Para ese momento fue que llegó toda mi parentela 

 
y asomaron sus cabezas en orden y con miedo por el marco
 
 
de la puerta de mi dormitorio y miraba a mis amigos y a 

 
mi llorosa novia y a mí con cierto recelo, pena, asco y 

animadversión. 

 
En el fondo quizás, recuerdo que pensé, disfrutan viéndome 

 
convertido en la clase de insecto que siempre 

me han considerado, sólo el terror ancestral que este tipo de 

conversión les infundía me llenaba de cierto efímero poder 

bastante inútil
En los días sucesivos, mi madre iba convenciendo 
 
con denuedo a todo el que se le pusiera delante que aquello

 
que yo hacía comportándome de ese modo era muy propio 

 
de los jóvenes en la actualidad.

 
Mi padre por las noches intentaba convencerla de que tenía

 
algún tipo de enfermedad cerebral, que sólo a una redomada

 
imbécil se le habría ocurrido un argumento más estúpido.

 
convenciendo a todos; adquiría, incluso, mientras lo defendía, 

 
cierto aire heroico y algo mesiánico. 

 
La gente no se entera de nada”, decía envuelta en una aureola

 
Ella insistía en que no, que aquel era un argumento

 
 
que acabaría nietzscheana, filósofo cuya obra no conocía

 
pero de quien afirmaba que “nos había separado”,

 
a ella y a mí. 

 
Mi padre la escuchaba con relativa indiferencia y 
 
ponía la boca torcida en gesto de desdén y desprecio.

 
Le decía que era una imbécil y una subnormal y que si 

 
ese era el resultado de su trabajo neuronal mejor sería 

 
que le ahorrara más abortos cerebrales al mundo suicidándose

 
a la primera ocasión en que tuviera oportunidad de hacerlo. 

 
Yo había aprendido a rasguñar trocitos de queso

 
con mis patitas y mi boca queratinosas y los observaba
 
y los escuchaba desde una repisa en la que me habían 

 
instalado en el comedor a una cierta altura a salvo

 
de las inesperadas pisadas de algún paseante distraído. 

 
Mi madre no se inmutaba y le replicaba que una madre

 
aceptaba a un hijo adoptara la forma que este adoptara 

 
y lo defendería aunque le costara la vida y que aun 

 
siendo yo un miserable cabrón ella me cuidaría,

 dándome quesito y miguitas de pan mientras fuera necesario

 
hacerlo y que por lo que respecta a lo que mi padre,su marido,

 
le decía, no le importaba una mierda y le comunicaba

 
que su mayor deseo era verlo morir muy pronto

 
envuelto en los mayores de los dolores y víctima de alguna

 
violenta enfermedad que se lo llevara para el otro barrio

 
esagarrándolo internamente de un modo cruel y especialmente 

 
sádico y que sólo le pedía a dios salud para ver y disfrutar 
 
de aquella gozosa escena.

 
Estas palabras, bajo la sombra de mi nueva alma 

 
de cucaracha, no me herían de ningún modo conocido 

 
por mí hasta entonces, todo lo contrario, las escuchaba

 
como un rumor ejano o como una transmisión lejana 

 
y fallida de alguna emisora a punto de diluirse en el silencio.
 
Así transcurrían los días, mi novia me hacía visitas

 
cada vez más espaciadas, un día comentó como 

 
al pasar que tenía un amigo nuevo, y dos días más tarde 

 
no vino a verme.

 
Mi madre estranguló un gemido en su garganta


 
y se agarró a un periódico que por allí había y con grandes


 
voces, como para disimular, dijo que había que ver,

  
las horribles noticias que aparecían en la prensa, 

que cómo lo ponían a uno y a continuación

 decretó que debíamos escuchar música
 
Estuvo aturdiéndome un rato con tangos tristes violentos,
  
  con valses monótonos y música pop, hasta que se fue

 
a otra habitación y me dejó solo, pensando.

 
Miré la tarde, la monótona tarde azul que entraba 

por la ventana y respiré hondo sabiendo que la tristeza

 era posible pero no inmutable, y me adormecí.
 
Para cuando desperté, tras una sudorosa siesta y 

como si un extraño resorte espiritual se hubiera 

soltado en mi interior, recuperé la visión de mis manos
 
carnosas y delicadas.

 
No supe si alegrarme o más bien adaptarme a la resignación.

 
Me estiré y al hacerlo sentí el crujir de todos 

 
mis huesos humanos y experimenté también la sensación 

 
cierta de que había crecido una enormidad en aquellos 

días como insecto.

 
Cuando entré en la cocina, devorado 
 
por el hambre de mis entrañas, en busca de viandas

 
y bebidas, mi madre se echó a llorar con toda la fuerza

 de una tormenta. 

 
Me dijo que era ciertamente malvado, que lo que yo 

le hacía no se le hacía a una madre.
 
 
Así se estuvo un buen rato, hasta que se cansó


y volvió a su antigua actitud de rechazo y enojo

 
sólo que ahora acompañada de cierto aturdimiento.

 
Se acercó a la mesa del teléfono, pude ver sus dudas 

expresadas en los complejos gestos de su cara. 

 
Muy pronto comenzó el nuevo ciclo de llamadas 

 
diseminantes: una nueva versión estaba en marcha.
 

 
Si ven a Héctor cambiado, es sólo algo pasajero, 
 
continúa igual que siempre.

 
Así fue que me convertí para siempre en un cucaracho,

 
continué siéndolo para mi familia, para los allegados

 
por parte de mis padres, para mi ex novia que ahora

 
no se atrevía a decirle a su actual novio que me vendría 

a ver porque decían que había vuelto a ser el de siempre. 

 
El paso que había dado la había dejado definitivamente

 
en una nueva acera y según su modo de ser no podía volver
 
 
atrás.

 
Entendí de pronto que a muchas personas,por no decir

 
casi todas ellas, una vez que se definen de una manera,

 
les cuesta desdecirse y explorar otras vías, 

 
prefieren seguir en el error antes que arriesgarse a cambiar.


 
Entendí que mis padres no tenían remedio más allá

 
de la muerte, que yo no volvería a ser nunca

 
el que era y que eso me llenaba de entusiasmo 

y alegría. 


Vi a mis amigos decepcionados durante dos días


 porque se les había acabado el juguete, pero al final 
 
y la curiosidad que los caracterizaba y ya estaban 

inventando recuperaron la fuerza nuevas jugadas 

para divertirnos juntos.

 
Un día conocí a una chica que me dijo que desde



hacía tiempo me quería conocer,que sabía que yo 

 
era el chico que durante unos cuantos días había sido una

 
cucaracha y que sólo con saber eso ya le bastaba

 para querer conocerme y enamorarse de mí. 

 
Yo le pregunté si me seguiría en mis locuras, si fuera

 
necesario y ella me respondió que siempre subiría 
 
la apuesta, entonces no necesité ver sus brillantes ojos,

 
supe sin saber cómo, igual que algunos personajes 

literarios y la mayoría de la gente que puebla la existencia,

 que estaba rendido a sus pies, que quería unas alas nuevas
 
 
y volar con ella, que lamería sus pies y mordería

 
su espalda, que juntos brincaríamos por la noche 

 
en nuestra aburrida e insípida ciudad. 


 
Supe que siempre había encontrado sentido a todo 

 
lo pasado y ahora se lo encontraba más aún si cabe 


 y me puse a cantar.Canté una canción hermosa y triste

 y violenta, canté una canción que me arrastrara en la noche, 

una canción hermosa y triste y violenta.






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