martes, 3 de febrero de 2015

Héctor D’Alessandro (Uruguay)


Los ojos de mi madre
          Novela(Fragmento) 




Cuando llegué a esta familia tuve la sensación de que venía a aprender algo, aunque me costó bastante tiempo entender en qué consistía exactamente ese aprendizaje. Nací,aunque al hacerlo aún no conocía el alcance del concepto de “aprendizaje”, en una familia caracterizada por su inmunidad ante los imprevistos, las rarezas y sobre todo ante cualquier hábito social establecido. Cosas como los horarios de comida o la visita diaria

al baño con fines excrementicios o con fines higiénicos eran actividades que a 

mis padres nos les interesaban en absoluto. A veces, de madrugada, mi 

madre despertaba agitada y creyendo recordar en sueños que me había visto 

un mal color en el rostro, me preguntaba:

¿Hoy moviste el vientre? Yo contestaba que sí sólo por quitármela de encima y aun a sabiendas de que eso podía perjudicar mi salud. Ella, de todos modos, se conformaba con mi respuesta y continuaba con el ronroneo permanente de sus actividades diarias. Sólo al constatar que mi cutis, a lo largo de los días, se iba volviendo amarillento, luego terroso y al fin decididamente verdoso, ella reaccionaba con cierta virulencia y exclamaba algo acerca de mi vientre y a continuación me obligaba a tomar unas pastillas o unos jarabes decididamente repugnantes. En cierto modo reaccionaba, ella, pero también mi papá, con tardanza ante los fenómenos que se iban produciendo en nuestra vida; eso me dio durante la mayor parte de mi existencia la posibilidad de no tener que explicar casi ninguno de mis comportamientos, por raros que pudieran resultar, y en caso de que algún extraño me reclamara alguna explicación o justificación por alguno de mis comportamientos o pensamientos, siempre podía remitirlo a mi mamá, que se encargaba de despacharlo con eficacia, velocidad y a veces con cajas destempladas. Ella tenía la convicción de que su hijo era poseedor de una infalibilidad poco menos que papal y al tiempo la creencia deque la conducta de su hijo era por siempre jamás incuestionable. Gracias a estas licencias vitales que mis padres se concedían a sí mismos y por ende a mi entrañable personita es que pude mantener, no diré en el anonimato, pero sí en la inobservancia, a mi amigo imaginario.http://losojosdemimadre.com/

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