lunes, 2 de febrero de 2015

Carlos Enrique Saldivar (Perú)

Pintura de salvador dali 


no temas a la muerte




El choque fue aparatoso. El taxi casi le impactó a un autobús escolar, el conductor del primer vehículo realizó una maniobra y fue dar contra un poste; antes de que el automóvil se volcara, la muchacha, quien no tenía puesto el cinturón de seguridad, salió volando por una ventana y cayó en medio de la pista. Caminé hacia a ella con rapidez, su falda y su blusa estaban rotas, sus cabellos lucían desgreñados, no tenía sus tacos y su piel blanca, en especial su rostro, denotaba algunas laceraciones menores. No hizo falta que yo le ayudara, ella se sentó sola, sin hacer un gran esfuerzo, y me miró aturdida, conmocionada.
—¿Cómo está usted? —le pregunté.
Me siento bien, es increíble, por lo visto aún no ha llegado mi hora… ¿y el taxista?
Giré la vista hacia el carro destrozado, el chofer no se movía. No me importaba, no era asunto mío, al menos todavía no. La chica intentó pararse y se apoyó en mí, me dijo:
Gracias. Supongo que así son las cosas, la muerte llega cuando uno menos se lo espera.
—Sí, es verdad, lo importante es no temerle a la muerte.
—Yo no le temo, quizá por ello no fallecí.
—¿En verdad no le teme a la Muerte?
—No, no le temo. Nunca le he temido.
Qué bueno, hace usted muy bien —dicho esto, abracé a la joven con gran suavidad y me la llevé conmigo al mundo de los difuntos, en el cual yo reinaba.



villancicos




Mi abuelo me contó la verdadera historia de los villancicos. Surgieron como canciones profanas para despertar a ciertos espíritus elementales. Con el tiempo, las iglesias los hicieron suyos y los asociaron con la Navidad, a fin de ocultar su real objetivo y que nadie pudiera utilizar sus poderes. Los orígenes de los villancicos se remontan, según las investigaciones, al siglo XV; no obstante, aparecieron mucho antes entre las poblaciones europeas. A pesar de que ciertos sectores católicos han hecho hasta lo imposible por borrar del mapa la verdadera magia de estas canciones, un grupo de creyentes sobrevivió a través del tiempo. Mi abuelo era uno de ellos, se lo contó a su hija, mi madre, pero ella no lo creyó. Mamá había heredado la mente racional de mi abuela. Por eso mi abuelo me ha narrado a mí la historia y yo le he creído. Poco antes de que él falleciera, le juré que guardaría el secreto y en unos años lo compartiría con mis descendientes. ¿Quién diría que a mis trece años yo asumiría como reales ciertas leyendas? Siempre he tenido una imaginación inquieta, quizá por eso devoro libros sobre esoterismo y hechos extraños que ocurren en el mundo. Tal vez por eso he comenzado a redactar mis propios escritos donde héroes fabulosos se enfrentan contra entidades tenebrosas. Aunque una cosa es la ficción, otra la realidad y otra aquella sección del universo que no puede ser explicado. Se supone que no soy el único que conoce el enigma de los villancicos, deben existir otras personas en América Latina, en España y en Portugal, sin embargo somos muy pocos, lo cual está bien, así el maravilloso encanto de estas cantigas (como las llamaban antiguamente) queda seguro y resguardado. No muchos saben lo siguiente: los villancicos eran composiciones de naturaleza popular, cantadas por los villanos, residentes de las villas, los cuales podían ser campesinos u otros habitantes rurales. Los entonaban en fiestas populares, la temática no era religiosa, la mayoría de los tópicos de estas canciones eran los sucesos recientes del pueblo o la región. Luego, con el paso del tiempo, los temas se ampliarían; pero en aquella época, hace varios siglos, dichas cantigas tenían otros temas, los cuales eran invocaciones, estas se realizaban para conseguir algún favor de las entidades naturales. En verdad pensé que guardaría conmigo durante un buen tiempo el real significado de los villancicos, mas cuando conocí a Darío, lo solté todo.
Darío residía a unas casas de la mía, tenía doce años, era un niño taciturno y esmirriado, no tenía papás. Vivía con sus tíos y se decía en el barrio que ellos no lo trataban bien. Estudiábamos en el mismo colegio, yo solía verlo en los recreos, siempre estaba a solas, al parecer, no tenía amigos. En septiembre intenté acercarme a él, sin resultado. En octubre lo encontré sentado en la puerta de su casa leyendo El umbral de la noche de Stephen King, yo había leído ese volumen, eso me hizo darme cuenta de que teníamos algunas cosas en común. Le dije que mis padres habían salido de compras y que lo invitaba a ver una película de terror. Darío accedió. Vimos Beyond Re-Animator, film que me había alquilado un compañero de la escuela. La pasamos excelente, hablamos sobre algunas cintas, obras literarias, escritores y directores de cine, aunque noté que él recién se estaba adentrando en esos gustos y, según me dijo, no tenía interés en otra cosa que no fueran los relatos fantásticos. Antes de irse, me comentó: «Ojalá algo asombroso me sucediera algún día, así podría morir contento».
Nos vimos los días que vinieron, no muy seguido, más o menos una vez por semana. En ese entonces ninguno de los dos podía dudar que una buena amistad nos unía.
En noviembre ocurrió el incidente. Unos chicos de segundo año de secundaria, que no eran compañeros míos, comenzaron a molestarlo haciéndole bromas crueles. Uno de ellos le bajó el pantalón de educación física en frente de las niñas. Darío, que había soportado estoicamente varias bromas pesadas durante semanas, reaccionó muy mal y le dio de puñetes al fastidioso. Se le fue la mano, hubo que llevar al chiquillo al hospital y lo tuvieron en cama varios días pues no podía mover la cabeza ni el cuello. A Darío lo expulsaron del colegio, a unas pocas semanas para que finalizara el año escolar. Oí que sus tíos no le dieron ninguna paliza, aunque sí lo echaron a la calle un par de días hasta que los vecinos lo llevaron de regreso a su vivienda. Sus tíos se mostraron indiferentes, no lo querían, mi amigo ingresó a su habitación en silencio. Nadie nunca sabrá lo que padeció Darío en soledad, aunque yo estoy seguro de que en ningún momento lloró, quizá estaba todavía consternado por lo que había hecho, por el rumbo que habían tomado los acontecimientos.
Lo vi unos días antes de Navidad, él estaba sentado en la puerta de su casa, ya no leyendo un libro, sino un cómic de Dragones y Mazmorras. Me evitó y se metió en su casa.
Aguardé en los días siguientes a que saliera y en la víspera de Nochebuena lo abordé. Intentó evadirme, pero lo convencí de que me escuchara. Anduvimos varias cuadras, llegamos a un parque vacío y nos sentamos en una banca; me dijo que sus tíos se habían ido a visitar a unos familiares y él estaba solo, aunque tenía un poco de panetón y chocolate. Lo invité a pasar la festividad en mi casa, mas no quiso; observaba el suelo con una mirada que no pude adivinar si era de rabia o de melancolía. Por eso decidí contárselo. Le dije que si él lo deseaba, algo maravilloso le ocurriría ahí mismo. Al principio se mantuvo escéptico, sin embargo pronto comenzó a mostrar interés. Le revelé el misterio de los villancicos, le dije que eran canciones codificadas, llaves para abrir otros mundos, que cantados dentro de ciertas circunstancias, con la fuerza, tiempo y entonación correctos, podían servir para abrir el portal de las hadas y de otros seres benignos. Le comenté que en aquella época del año: veintena de diciembre, el poder de los villancicos era más grande y que precisamente ese día y a esa hora, debido a las condiciones atmosféricas y cósmicas, podríamos lograr nuestro cometido, a fin de que él tuviera una impresionante visión, que pudiera fascinarlo y tranquilizarlo. No sé si me tomó en broma o en serio, pero comenzamos a cantar juntos en tanto yo le iba dando indicaciones de cómo hacerlo para que la magia pudiera darse. En ese instante, mientras sonreíamos, entonábamos todo tipo de cantigas navideñas; yo pensaba mucho en los diversos villancicos que había escuchado durante mi vida, algunos con letra ingeniosa, otros con letra boba, varios con ritmo pegajoso, muchos creados por importantes compositores. Continuamos cantando, hasta que en cierto momento sentí que alcanzábamos el punto adecuado, nunca antes lo había intentando con mi abuelo, me daba miedo, pero yo había memorizado la teoría y poseía los escritos al respecto, escondidos en un lugar de mi alcoba donde no pudiese hallarlos nadie. Frente a nosotros vimos una luz que se agrandaba, un boquete circular que se iba ensanchando y del cual salían criaturas hermosas, exquisitas, lucían como niñas diminutas, desnudas y aladas, luego surgieron seres imposibles de describir, aunque no eran grotescos, algunos de estos danzaban, otros saltaban. Darío se puso de pie y se acercó a ellos, se suponía que eso no debía hacerse. Solo habíamos de hablarles, no tocarlos. Las entidades rodearon a mi amigo y se lo llevaron consigo, cada vez más lejos, mientras dejaban tras de sí el umbral achicándose, la luz extinguiéndose.
Al verme allí, solo, mencioné su nombre, mas comprendí que ya nunca volvería a verlo.



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